Esta vez no eS una canción. Se trata solamente de aquellos días en los que me proclamé buscadora infatigable de tesoros no escondidos. De tesoros que no ocupaban demasiado los bolsillos ni se podían comprar aún con todo el oro del mundo.
Así observaba correr a aquella especie de animalito que habíamos bautizado mis hermanas y yo como Bicho Bola. De los Bicho Bola me resultaba especialmente curiosa esa capacidad de protegerse ante una posible agresión convirtiéndose en una pequeña bola y rodar, rodar para escapar. En mi cajita de los tesoros también guardaría esos momentos y esa curiosidad.
Así buscaba la luz en la oscuridad de la noche. Y corría y corría al mágico encuentro de una luciérnaga que nos despertaba. El tesoro. Aquella maravilla. Aquella sonrisa alegre ante aquel descubrimiento también, también la guardaría.
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