-¡Ya estoy harta! Tu sol no deja de acosarme, de perseguirme. No puedo descansar nunca; a cualquier parte que vaya a descansar, viene él y, otra vez, tengo que volver a escapar. Y yo no le he hecho nada, ¡no es justo! He venido a ti para pedir justicia.
Era absolutamente cierto; la queja era justificada. Dios llamó al sol y le preguntó:
-¿Por qué te dedicas a acosar a la pobre oscuridad? ¿Qué te ha hecho?
- ¡Pero si ni siquiera la conozco, no la he visto en mi vida!
Que venga para que yo la vea; a lo mejor entonces comprendo algo. No recuerdo haberle hecho nada malo, ni siquiera la conozco. No hemos sido presentados, no nos conocemos. Esta es la primera vez que oigo hablar de ella, de esa tal oscuridad. ¡Hazla venir! -le contestó el sol.
El caso quedó pendiente porque Dios no podía traer a la oscuridad en presencia del sol. No pueden existir juntos, no se pueden encontrar. Donde esté la oscuridad no puede estar el sol; donde esté el sol no puede estar la oscuridad.
MIEDO. OSHO
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