Salía de la clase de Ioga y una bocanada de aire fresco invadía su alma. Sólo habían estado, otra vez, unas pocas palabras, las suficientes para confirmar algo que hacía tiempo la acompañaba: el apEGO. En palabras de su nueva amiga, la emoción perturbadora que no la dejaba avanzar. Sí, lo reconocía. Ya se había dado cuenta antes. El apego no la dejaba desplegar las alas. Llevaba demasiado tiempo quieta e inmóvil ante la idea de dejar de tener algo.
Entre risas mantenían una entusiasmada conversación. Ella, desde su espacio de intimidad, se reconocía haber recorrido poco el camino. Aún quedaban unas cuantas piedras, quizás algún muro que saltar o un posible río que atravesar pero estaba en el camino y eso la recomfortaba.
Algún día saldrían de su boca, también, aquellas pocas palabras. Algún día, como había hecho ella, alguien pacientemente las escucharía para seguir andando su camino.
Entre risas mantenían una entusiasmada conversación. Ella, desde su espacio de intimidad, se reconocía haber recorrido poco el camino. Aún quedaban unas cuantas piedras, quizás algún muro que saltar o un posible río que atravesar pero estaba en el camino y eso la recomfortaba.
Algún día saldrían de su boca, también, aquellas pocas palabras. Algún día, como había hecho ella, alguien pacientemente las escucharía para seguir andando su camino.
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