Vivía en una casa, en un lugar que apenas conocía. Un espacio tan sagrado que hasta daba miedo explorarlo. Era su propio cuerpo, aquel hogar que la acompañaba desde mucho antes de salir a conocer el mundo.
Su casa, su hogar, su propio cuerpo le estaba pidiendo responsabilidades. No se había portado bien con él y ella, en este momento, era ya capaz de aceptar que no lo había tratado como se merecía. Se reconocía viviendo en una absurda tendencia a pensar que las casas de los demás son siempre más y mejor. Y con esa fantasía simplemente había conseguido olvidar saber donde vivía en realidad.
Y ahora estaba en sus manos. Tenía ganas de cuidarlo, de ser con él caprichosa y egoísta, de deshacerse completamente en mimos y caricias. De respetarlo. De aceptarlo. De amarlo. De querer, sin más, a esa estructura amiga que la había estado protegiendo y cuidando siempre. Quería vivir bien en su acogedora casa!
Para conseguirlo debía limpiarla, ponerla bien bonita, decorarla con esmero, dedicación y paciencia. Debía limpiar toda aquella toxicidad que se había instalado durante tanto tiempo sin ser tan siquiera previamente invitada. Era necesario. Era urgente para que no siguiera oliendo mal... debía bajar a tirar la basura!
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