Día 4:
Hoy ha sido un día de color lavanda. Para empezar, he descubierto un campo improvisado de esta planta aromática mientras caminaba. Los primeros rayos de sol mostraban tímidamente su presencia y su particular aroma invadia el paso. Una experiencia que despierta los sentidos de buena mañana.
Más tarde, he ido a visitar el castillo de un pintor famoso, que tiene cuatro torres cuadradas, y me he perdido un buen rato por todos sus rincones. No he parado de subir escaleras y, también, de bajarlas. De correr pasillo arriba y pasillo abajo. De hablar poco y escuchar lo necesario. De ordenar algunas cosas (sin urgencias) y tirar muchas más: con calma, con azúcar y sin lluvia. Haciéndolo así he conseguido sentirme más ligera, con poco peso en los bolsillos y algunas ilusiones en el aire. He llegado a casa con el aroma de lavanda todavía fresco. Me he tomado una cerveza a mi salud y he recibido buenas notícias en ese momento...
Y, por la noche, he preparado mi saquito de algodón con flores secas de lavanda y trigo. Lo he puesto bien cerquita de la almohada, para desearme felices sueños y que su fragancia marque la distancia justa a la tristeza y al miedo.
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